La angustia es un afecto que no engaña, es inconfundible y se experimenta de forma potente, sin pasar desapercibido. Ya sea en estados de vigilia (día) o en la sensible vida nocturna, a través de sueños perturbadores o un despertar repentino en medio del pavor. A su vez, no hay una etapa exclusiva para la activación de este afecto, el cual es considerado un afecto genérico de la condición humana.
La angustia además se enlaza a cuestiones fundamentales y decisivas realidades, como: la muerte, la enfermedad y las contingencias, las cuales suponen una imposibilidad de control, causando la represión como mecanismo de defensa, cuyas manifestaciones se relacionan con el anhelo de eludir esta experiencia, negarla y buscar su desalojo.
Paralelamente, es reportado por los pacientes la vivencia de este afecto como: un mal presagio, una señal de alarma, de un peligro inminente que se aproxima, anticipándose un daño inespecífico, para sí o los suyos. Nombrándose claramente la sensación de estar indefenso.
Freud (padre del psicoanálisis) en su teoría hace una distinción entre la angustia expectante o neurótica, de la angustia real. La primera, sin un estímulo externo que la justifique y da cuenta de un peligro interno, peligro referido a la imposibilidad de dominar o regular el aumento de la excitación corporal o psíquica, incluso de huir de ese imaginario traumático. Cuestión contraria a la segunda que podría derivarse de la proximidad a una experiencia traumática que suscita el temor de repetición y la sensibilidad a la ocurrencia de un nuevo peligro. Siendo la situación experimentada evaluada bajo la debilidad de las fuerzas para responder al peligro, pese a la intención de prepararse, en este caso, el estado de tensión acumulada, no logra ser descargada.
Con respecto al cuerpo, la reacción de angustia podría experimentarse de forma sorpresiva en la actividad cardiaca (palpitaciones, arritmia breve, taquicardia persistente o signos de una aparente afección cardiaca) y respiratoria (ahogo, ataques semejantes al asma), comunes al ataque de angustia, también llamado ataque de pánico o crisis de angustia, las cuales incluso podrían dar la impresión del riesgo de morir, acontecimiento bajo el cual las personas acuden al servicio médico y se realizan exámenes, descartándose la enfermedad sospechada. Es de anotar que en ocasiones se presenta en mareos y parestesias (hormigueo, pinchazos en manos, brazos, piernas o pies), o en sí sensaciones corporales penosas.
La angustia se presenta también como efecto de nuestros lazos afectivos, expresándose tempranamente en la infancia ante la ausencia/separación de la madre (especialmente) y con ello el peligro experimentado en la infancia de la pérdida de ese Otro significativo o su abandono, vivencia acentuada por la dependencia real en esta etapa.
Adicional el temor a la pérdida del amor y la acumulación de deseos insatisfechos propios a la demanda de amor. Estas cuestiones parecen más potentes en la infancia, pero reaparecen en la vida afectiva de cada persona, al no cesar el encuentro con el deseo del Otro: lo que el Otro quiere, lo enigmático de este deseo y el deseo de satisfacer su deseo, lo cual tiene que ver con la respuesta anhelada de encontrar en el Otro esa respuesta de quien soy y lo que valgo, cuya función de ese Otro, corresponde a una función de “Espejo Parlante”, como es nombrado por Colette Soler, psicoanalista francesa.
Se estima que el deseo del Otro, al ser desconocido, incide en producciones imaginarias, que potencialmente pueden angustiar.
¿Dónde más aparece la angustia? Este afecto también está vinculado al imperativo de ideales, que nacen de las voces primarias, voces censoras interiorizadas en la infancia de ese Otro primordial (figuras de apego), donde se invierte el tú eres, por el yo soy, lo cual supone un sujeto atormentado, por concebir sus esfuerzos insuficientes y con ello generar autorreproches y autocastigo.
Angustia Materna – Madre Angustiada, Madre Angustiante
Para hablar de angustia materna, me permitiré partir de generalidades, ligadas a la maternidad, entendiendo que no hay una forma única de asumir dicha función y el deseo de ser madre, al portar consigo variaciones. La maternidad demanda desde la gestación el hacerse cargo de una vida, vida que depende de una multiplicidad de cuidados y un cambio de costumbres para preservarla. Existiendo en cada madre un marcado interés por la salud del bebe y su evolución desde el vientre, presentándose la predisposición a este afecto, ante indicios de riesgo por enfermedad y pérdida. De igual manera, para la madre, el parto y la programación de este evento podría activar la angustia, ante lo no programable, no controlable y las posibles contingencias de este evento.
Además, el nacimiento supone la caída de la placenta, como una pérdida y una primera separación de su hijo (a), al éste quedar por fuera de su cuerpo, evento potencialmente angustiante, suscitándose aquí interrogantes sobre una posible confluencia entre angustia y la nombrada depresión postparto.
Posteriormente, las madres primerizas, tienden a experimentar angustia, bajo la duda de no saber cuidar bien a su hijo (a), por lo que en algunos casos acuden al apoyo de sus madres, para que las introduzcan en el ejercicio materno. Reconociéndose típicamente angustias frente a los cuidados corporales del bebe si come, si duerme, si llora, lo cual tiene que ver con la ausencia de lenguaje del bebe, pese al recurso que tiene del llanto y el grito, la falta de lenguaje constituye un enigma. La función materna se dirige entonces a la regulación del cuerpo de su hijo y sus hábitos. Cuidados y angustia, que se prolongan en ocasiones hasta la adultez, en especial al tratarse de los hábitos alimenticios. Es así que a lo largo de la vida el deseo de la madre, la moviliza a proteger, cuidar y querer “asegurar” la supervivencia de su hijo(a), incluso lo que para ella significa su formación y bienestar, esfuerzos donde algo escapa, ya sea por contingencias o por la autonomía de este como individuo.
En este punto habría que incluir el afecto de culpa en relación con la angustia materna, derivada de la insatisfacción frente al resultado de su función materna, al considerarse artífice de la estructura personal de su hijo (a), incluso llegado el momento de desvanecerse su influencia y/o autoridad.
La angustia materna emerge en ciertos extremismos asociados a la incapacidad o resistencia experimentada para frustrar, privar y exigirle a su hijo, derivado de los sueños de un niño ilimitado, sin ninguna restricción y concentrado en lo placentero.



Frente al proceso materno, es fundamental el tramitar la propia angustia de separación de su hijo (a), y con ello se considera deseable el lograr el reconocimiento de una necesaria separación, la cual es inevitable a lo largo de la vida y comienza en el nacimiento, produciéndose una serie de separaciones sucesivas, de ese cuerpo a cuerpo: nacimiento y destete, la independencia de cama y habitación, incluidas las que involucren la propia ausencia materna por la actividad laboral (especialmente) y las inherentes a la vida escolar del niño (a), que exigen una separación prolongada. Habría que precisar el efecto de un adecuado manejo de la separación en todos los casos, al interiorizarse el par presencia – ausencia, la seguridad en el vínculo y con ello la confianza en retorno para el niño (a), creándose una significación adecuada de la falta materna.
Por ahora se ha nombrado lo concerniente a una separación física necesaria, quedando pendiente el deseo materno depositado en su hijo (a) y si ella tiene otras fuentes de atención y satisfacción que le permitan una distancia e incluso proximidad óptima, donde pueda prevenirse un vínculo asfixiante, carente de límites, cuya angustia se experimente bilateralmente, ella bajo sus mandatos e ideales, todo ella madre y el hijo (a) como receptor de una demanda ilimitada.
La transmisión materna es esencial, por lo cual si una madre ha elaborado su posición y un deseo repartido (no solo puesto en su hijo), puede favorecer el proceso de éste, ofreciéndole independencia y confianza, donde se incentive el anhelo de crecer y la posibilidad de una autonomía sistemática.
Angustia Infantil
El tránsito por la angustia se inaugura con el llamado trauma de nacimiento, momento en el cual el niño queda separado de las envolturas que lo protegen en el cuerpo de su madre, las cuales son vividas como extensión del propio cuerpo, sufriendo además un cambio de ambiente, al antes flotar en el líquido amniótico y ahora verse obligado a respirar aire, dándose su primer ahogo como expresión de este afecto. Estas condiciones de pérdida, adaptación y entrada del niño al mundo en un estado de desvalimiento absoluto, componen inauguralmente la vivencia de angustia.
En la lactancia, el niño depende completamente de su madre y demanda su presencia, reflejando angustia ante su ausencia, sin saber aún diferenciar entre una ausencia temporal y una separación duradera. También la angustia aparece ante el destete, derivado de la dependencia del niño al seno, el cual es vivido como extensión de su cuerpo al encontrarse adherido a la madre.
Como se ha venido ilustrando hasta el momento, el niño pierde los objetos hallados en el cuerpo de su madre, los cuales han sido vividos como propios; cediendo esa parte de sí mismo y reemplazando el objeto natural “seno”, por otro objeto, como sé ejemplifica con el biberón, u otro objeto que se pueda encontrar. Estos objetos llamados cesibles por Lacan, pueden ser equivalentes a objetos naturales y pueden cumplir con la función de objeto transicional (Winnicott), pero ¿qué función tiene este objeto? Conforta y calma la angustia, además, favorece la separación y el desapego del Otro. A su vez, este objeto no es escogido por cualidades físicas de color, textura, flexibilidad o temperatura, solo debe cumplir una condición, ser un objeto fuera del cuerpo, aprehensible por la boca o la mano.

En este recorrido podemos apreciar la experiencia del niño frente a la angustia que supone la separación momentánea de su madre, las pérdidas sufridas de los objetos que porta el cuerpo de esta figura y que son por un tiempo vividas como pérdidas del propio cuerpo y con ello las satisfacciones allí halladas. Reconociéndose a lo largo de la infancia predisposición a la vivencia de angustia ante la soledad, la oscuridad y separación, obviamente con variaciones propias a cada caso.
Aquí quisiera hacer un énfasis en la angustia nocturna vivida por los niños, la cual se anuda a la separación de habitación y/o cama de la (s) figura (s) de apego, llamada también colecho. En la cual se presentifican temores a monstruos o figuras que representen un peligro, de ataque, persecución y un daño inespecífico sugerido en el ser mirado, existiendo conexo el temor a la oscuridad y el auxilio solicitado a las figuras mencionadas como “solución” momentánea, para eludir la angustia.

Lo que hace surgir un interrogante acerca de un probable fallo para incorporar la diferencia entre la ausencia transitoria y la definitiva, bajo el retorno del temor a la pérdida, cuestión ligada en ocasiones a algún traumatismo y el deseo de constatar que sus cuidadores están bien, como una forma inversa de cuidar y la seguridad alcanzada solo en la presencia. La angustia no solo se da en el colecho de una noche completa, sino que puede presentarse ante sueños de angustia y un despertar brusco, bajo el cual los niños solicitan el auxilio de sus padres y la expectativa de dormir en su cama, con semejante perspectiva de solucionar a través de su presencia la angustia experimentada.
Con respecto a cambios vitales y como respuesta a lo desconocido, puede aparecer el afecto de angustia, localizando experiencias relacionadas con el nacimiento de un hermano y la separación/pérdida de un ser querido; además el inicio de la vida escolar, puede desencadenar reacciones típicas de angustia, vislumbradas en llanto y dificultad para cumplir la jornada completa, sumado a otras señales emocionales o comportamentales.
Como se ha enunciado previamente la amenaza de perder el amor, ocupa un lugar protagónico en la aparición de la angustia, cuya activación se enlaza ante percepciones de insuficiencia frente al deseo del Otro, incumplimiento de sus ideales, referencias negativas de sí mismo interiorizadas y la autocrítica resultante. Es también común reconocer la zoofobia infantil como propia a la angustia, la cual es una construcción inconsciente, donde se encubre la causa real, siendo desplazado en el caso de los niños la significación de peligro comúnmente a un animal particular.
Angustia o Ansiedad… ¿Angustia y Ansiedad?
El concepto de Angustia – Angst es introducido por Sigmund Freud, en su obra y tratado ampliamente en la teoría psicoanalítica; indicándose ya, algunos aspectos importantes de este afecto en este escrito. ¿Pero qué relación tiene el concepto de angustia con el concepto de ansiedad? Es frecuente en la medicina en especial el área de psiquiatría y en algunas orientaciones psicológicas, el uso exclusivo del concepto de ansiedad, el cual se ha puesto en relativa equivalencia con el concepto de angustia, en lo que respecta a cuestiones descriptivas como se observa en el manual estadístico de los trastornos mentales (Dsm- V), pese a la traducción y significación diferente de Angst – angustia y Anxiety – ansiedad. Identificándose la predisposición a un abordaje, donde se privilegia la motivación diagnóstica, la medición y estandarización, lo cual supone una generalización, que borra la singularidad de cada paciente y otros riesgos ligados a un diagnóstico instantáneo o errado, al servirse una lista de chequeo enunciada a través de una sumatoria de criterios o nominaciones diagnósticas.
A su vez, este tipo de intervención se empareja con la cuestión biológica de un organismo y la promesa de una cura instantánea a través de la medicación, cuyos intereses son compartidos por la industria farmacéutica, quienes se esfuerzan en borrar la señal de alarma de la angustia, una señal que no engaña, prefiriendo apagar o anestesiar dicha alarma y seguir engañándose.

Para finalizar formulo la definición de ansiedad extraída de la experiencia en consulta, la cual considero más acorde y diferencial: “estado de intranquilidad asociada a una expectativa específica o situación en curso, que puede suscitar inquietud motora, agitación, nerviosismo y activación fisiológica, la cual podría acompañarse de anticipaciones negativas y en ocasiones el anhelo de acelerar el tiempo”.